Una mujer que se llevaba muy mal con su esposo
sufre un paro cardíaco. Casi a punto de morir, un ángel se
presenta ante ella para decirle que, evaluando sus buenas acciones y sus
errores no podrá entrar al cielo; y le propone permitirle estar
en la tierra unos días más hasta lograr cumplir con las buenas
acciones que le faltan.
La mujer acepta el trato y se encuentra otra vez
en su hogar, frente a su esposo.
El hombre no le dirigía la palabra porque
hacía tiempo que estaban peleados.
Ella pensó: me convendría hacer
las paces con este hombre. Está durmiendo en el sofá, hace
tiempo dejé de cocinarle... Él ahora está planchando
su camisa para salir a trabajar... ¡¡le daré una sorpresa!!
Cuando el hombre se va, ella empieza a lavar y
planchar toda la ropa de él.
Prepara una rica comida, pone flores en la mesa
con unos candelabros, y un cartel en el sofá que dice: "Quizá
estés más cómodo durmiendo en la cama que fue nuestra.
Esa cama donde el amor concibió a los hijos que me diste, donde
tantas noches los abrazos cubrieron nuestros temores y sentimos la protección
y la compañía del otro. Ese amor, aún con vida, nos
espera en esa cama; si pudieras perdonar todos mis errores, allí
nos encontraremos. Tu esposa"
Cuando terminó de escribir el último
renglón "...si pudieras perdonar todos mis errores"... ella pensó:
¡me he vuelto loca! ¿Todavía voy a pedirle perdón?!
Él fue quién empezó a venir enojado de la calle cuando
lo echaron de la fábrica y no conseguía trabajo. Yo tenía
que arreglarme con los pocos ahorros que teníamos haciendo malabares
y todavía tenía que soportar su ceño fruncido. Él
empezó a tomar, aplastado en el sillón, exigiendo silencio
a los pobres niños que sólo querían jugar. Él
empezó a gritarme cuando yo le decía que así no podíamos
seguir, que yo necesitaba dinero para mis hijos. Él lo arruinó
todo; ¡¿y ahora yo tengo que pedirle perdón?!
Enfurecida, rompió la carta y escuchó
la voz del ángel que decía: "Recuerda: algunas buenas acciones
y alcanzarás el cielo; de lo contrario, arderás eternamente
en el infierno".
La mujer pensó: -Valdrá la pena-
y rehizo la carta agregando aún más palabras cariñosas:
... "No supe comprender nada entonces, no supe ver tu preocupación
al quedarte sin empleo, luego de tantos años con un sueldo seguro
en esa fábrica. ¡Debiste haber sentido tanto miedo! Ahora
recuerdo tus sueños de "cuando me jubile haremos..." ¡Cuántas
cosas querías hacer al jubilarte! Pude haberte impulsado a que las
hicieras en lugar de obligarte a aceptar estar todo el día sentado
en ese taxi. Ahora recuerdo aquella noche de locura cuando prendí
fuego todas las telas de los cuadros que pintabas. En ese momento me enfurecía
verte allí, encerrado en el galpón, gastando nuestro dinero
en pomos de pintura para nada. Debí haberte impulsado a venderlos.
¡Eran realmente hermosos! Estaba desesperada; yo también me
sentía segura con el sueldo de la fábrica y no supe ver tu
dolor, tu miedo, tu agonía. Por favor perdóname mi amor.
Te prometo que todo será diferente. Te amo. Tu esposa"
Cuando el marido regresó del trabajo, ya
al abrir la puerta notó algo distinto: el olor a comida, las velas
en la mesa, su música favorita sonando suavemente y la nota en el
sofá.
Cuando la mujer salió de la cocina con
la fuente en la mano lo encontró tirado en el sillón, llorando
como un niño. Dejó la fuente, corrió a abrazarlo y
no necesitaron decirse nada; lloraron juntos, él la alzó
en sus brazos y la llevó hasta la cama, donde hicieron el amor con
la misma pasión del primer día.
Luego comieron la exquisita comida que ella había
preparado, mientras recordaban anécdotas graciosas de los niños
haciendo travesuras en la casa. Él la ayudó a levantar la
mesa como siempre lo hacía, y mientras ella lavaba los platos, ¡vio
por la ventana de la cocina que en el jardín estaba el ángel.
Salió llorando y le dijo: - Por favor,
ángel, intercede por mí. No quiero sólo a este hombre
en este día. Necesito un tiempo más para poder impulsarlo
con sus cuadros. Te prometo que en poco tiempo, él estará
feliz, seguro; y ahí si podré ir adonde me lleves.
El ángel contestó: - No tengo que
llevarte a ningún lado, mujer. Ya estás en el cielo, te lo
has ganado. Recuerda el infierno donde has vivido y nunca olvides que el
cielo siempre está al alcance de tu mano. La mujer oyó la
voz de su marido que desde la cocina le gritaba: "Mi amor, hace frío,
ven a acostarte; mañana será otro día..."
Sí - pensó ella- definitivamente
mañana será otro el día.
La semilla es pequeña, pero rompe cualquier
piedra, cualquier roca y la hace florecer.
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